Todos los días de la semana Augusto aguardaba en la parada de colectivo, con su traje barato y zapatos incómodos. Lloviera, hiciera un calor insoportable, lo asaltaran, o los colectiveros declararan paro.  De la oficina a la parada, del departamento a la parada, su vida era organizada por un banco de plástico despintado, un techo de chapa gris ruidosa y un cartel que indicaba A3.
Lo interesante de este triste personaje, eran las voces. Aparecieron impetuosamente en su cabeza cuando él decidió  resignarse a esa absurda y aletargada existencia, mientras acomodaba su corbata en un frio asiento del ómnibus “siempre  nos burlamos de los trajeados ¿qué estás haciendo? ¡Qué ridícula corbata!” fue lo primero que escucho,  miro buscando al culpable de aquella sentencia… no había nadie cerca.
“¿Nos escuchaba llorar?, quizás por eso nos dejo, por cobardes o ¿porque nunca hablábamos con ella? Debimos seguirla, viajar con ella ¡Dejar todo esto que no significa nada!” le reprochaban a coro los días en que su jefe lo humillaba a gritos en su soberbia oficina, para terminar echándolo con desprecio a su cubículo descolorido.
“¿Porque nos levantamos todos los días? ¡Alguna vez admití que te asusta vivir! Preferís seguir en la parada porque no conoces nada más ¡Tiene que haber algo más! O ¿no?  ¡Busca otra música, por favor! que esto puede terminar sin darnos cuenta…” Oscilando entre el abismo y la salvación, sollozaban las voces cuando se aproximaba el colectivo y veían a su alrededor sombras con trajes, que antes eran personas.  Con un rostro inexpresivo, recto y apretando su portafolio, Augusto comenzaba a oscurecerse.
“ignorarnos es ignorarte, estas desapareciendo, te estás perdiendo en inalcanzables y melancólicas profundidades, apenas podemos llegar” Como  delicados susurros, comenzaban a desvanecerse, junto al joven que en un pasado no conocía  de límites ni de trajes, un joven que se alimentaba de utopías. Augusto comenzaba a tener sus primeras canas.
Sería un miércoles lluvioso y frío cuando se despertó sin los murmullos de su conciencia. Tomó una taza de café, estaba solo, inexorablemente solo. Lloró lágrimas amargas como la hiel y se puso su pantalón de vestir. Mojado, llegó a lo único que conocía, al tomar asiento para esperar su transporte un joven sonriente se le acerco.

-        -   Hola, perdón la molestia pero ¿El A3 pasa por acá? Soy pasante de una empresa y creo que ya estoy llegando tarde.


Augusto se vio, lo vio, nostálgico negó con la cabeza. Se puso  de pie abruptamente y se alejó de aquella parada para siempre. 







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